07 febrero 2006

Luna Guerra: memorias de una heroína (Laura Yasán)

Nada celebro tanto como un libro original donde el poeta desafía el formato conocido, las fórmulas seguras, y se atreve a más. Fue así que Luna Guerra me atrapó desde el título: una promesa de alianza entre lo romántico y lo bélico, entre lo inasible y lo material.

Dedicado “a la mujer maravilla”, un personaje nacido en plena decadencia de los super héroes --pavada de heroína, maravilla de mujer, la representante mas bizarra de la fantasía americana--, este libro hace eje en un yo poético femenino encarnado en la poesía de un hombre.

De múltiples registros, el poemario es a la vez un libro de viaje, un manual de aventuras, un comic, un diario íntimo, una comparsa de carnaval, un culto a la música popular, y relata historias desopilantes en un registro coloquial con una gran dosis de humor.

Desde lo conceptual, este segundo libro de Marcelo Silva, nacido en la provincia de Corrientes en 1973, trabaja un collage histórico, geográfico, genérico y estético, donde abundan las marcas de la modernidad sobre cierta nostalgia de un pasado próximo que en apariencia se hizo añicos contra una realidad que será cuestionada por el personaje, provocada, y al final perdonada y asumida como propia.

La cita que abre el libro hace alusión a un llamado telefónico: alguien busca a Luna Guerra y equivoca el número. Mientras tanto Luna Guerra huye y se pierde de sí, se pierde y huye de sí, irremediablemente y sin solución de continuidad “…estoy perdida en algún punto del Sahara/ y aquí la noche es una peste negra que me hace temblar”; “Hace años que corro sin parar, buscando quién sabe qué. / Pero sepan que tampoco me importa saber. / Sería aburrido saber.

Son intensas y repetidas las referencias a la velocidad. En esta huida, la velocidad es casi una materia, casi un vehículo. La consigna es moverse, cruzar fronteras, atravesar el mundo:“Necesito un tren, una piedra, un balazo, un corazón,/ cualquier cosa que detenga mi caída hacia la nada.”; “Deseaba deshacerme en un tren bala, a 2000 por hora,/ desintegrarme a la velocidad de la luz. Pero no.”.

Luna Guerra encarna símbolos de muchos órdenes. El que salta a la vista es la poesía misma, la poesía como una mujer de armas tomar, una suerte de amazona corrida de lugar, tratando de llegar a tiempo a su propio futuro. En esta búsqueda enloquecida (la búsqueda del poema como la búsqueda de sí misma: “Busqué y busqué en la arena, pero nada. De poesía, nada.”), recorre el mundo dejando a su paso huellas de un tenor sin precedentes.

Su diario comienza en Barcelona, de allí salta al desierto del Sahara, pasa por Nueva York, por el Río Amazonas, por Lima, por Santiago y por lugares algo más imprecisos como el espacio sideral . Un viaje reciente, que el poeta ubica entre el 2000 y el 2004, y que culmina en Buenos Aires, donde finalmente el personaje parece encontrar su lugar en el mundo.

Los sueños de Luna Guerra hacen anclaje en la desmesura. Su deseo es llegar a la Antártida a pie, a lomo de burro, o cruzar Sudamérica en una bicicleta rosa con espejitos en las ruedas, o estrellarse en el Sahara, luego de planear como un ángel en caída libre dentro de una avioneta.

Los personajes y las temáticas son un capítulo aparte. Un burro llamado Dios, un gato llamado Sandokán, un loro que recita a Verlaine, irrumpen, como en una comedia de equívocos, en el movedizo universo del Luna Guerra.

También en el sentido del collage, Silva arma sus libros con muchas voces. Un verso irónico en el primer poema anuncia: “Busco lo inédito Sras. y Sres., lo que jamás brilló bajo el sol”, y digo irónico porque él construye sobre sus propias lecturas. Citas, homenajes, versos, letras de canciones circulan con sus correspondientes autores encorchetados como referencia, apropiándose así de las voces que admira, pero creando un recurso de estilo como respuesta inteligente a ciertas críticas que recibió Diario de un argentino, su primer libro, en donde las citas se mezclan en los poemas a tal punto que forman parte de ellos.

Como en el comic, también es muy fuerte la presencia de onomatopeyas: “lo único que se oía era un fffffffff-fffffffff, que es el sonido de la inercia absoluta (o casi absoluta)...”; “Cuando oí su voz la máquina me hizo puparapupúm...”; “un pájaro negro, verdaderamente enorme y negro, que chillaba: cuarc-cuarc...”, que a su vez le dan al texto una frescura y una plasticidad fuera de lo común.

Como dije antes, hay muchas maneras de entrar a este libro; la que más me conmueve hace equilibro entre la desesperación y la extrema felicidad, otros matices del discurso que cierra el viaje en la cita final de Fernando Pessoa: "El corazón, si pudiese pensar, pararía." Puedo imaginar a Luna Guerra recitar ese verso en un barco carguero, en el carromato de un circo o descabezando cornalitos en su bañera blanca.

[Laura Yasan]
Buenos Aires, 2006

5 Comments:

At 7:40 p. m., Blogger Homero Pumarol said...

Claro que me gustaría leerlo. Mándalo desde que puedas o a cuartelbabilonia@hotmail.com o a homero_pumarol@yahoo.com. Gracias.

 
At 8:16 p. m., Anonymous Anónimo said...

cruza las piernas y fuma mi tiempo

 
At 8:18 p. m., Anonymous Anónimo said...

pajaritos de Origami

 
At 10:37 a. m., Blogger Luna Guerra said...

si el tiempo fuera una buena yerba!!!!

 
At 11:16 a. m., Anonymous Anónimo said...

para ver siempre como su imagen chorrea
enchastra el espejo la pared el piso
se escurre hasta la rejilla
desaparece
agua de colores

 

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