09 marzo 2006

Luna Guerra se extravió

En el desierto se pierde el sentido del tiempo. No recuerdo si llegué a este lugar ayer o hace unos años. Sé que vine en una avioneta que tosía: plaff-plaff, y el motor se paraba y empezaba a planear como un águila. Entonces lo único que se oía era un fffffffff-fffffffff, que es el sonido de la inercia absoluta (o casi absoluta). ¡Qué hermosura! Me sentía como un angelito cayendo con toda elegancia desde 10.000 pies de altura. Imaginaba que donde me estrellara, en este gran desierto, vendría a nacer una flor ¡bella! ¡bella! como nunca hubo existido. Veía los titulares de los diarios diciendo: “Luna Guerra, en cruzada por la paz de Angola, cae como una lluvia de estrellas”; “Luna Guerra, mártir de los sedientos, ahora es un oasis en el desierto”; “Luna Guerra, vive en una flor”, etc. etc.. Pero no. Enseguida el turco borracho que piloteaba la nave accionaba unas palanquitas y chau esperanzas: traca-traca-traca, vuelta a subir. Al final aterrizamos en el Congo, y de ahí a caminar se ha dicho.

Ahora estoy perdida en algún punto del Sahara.
Me siento desorientada. Busco algo a qué aferrarme
aunque sean luminarias de una ciudad inexistente.
Deseo por lo menos beber de una botella sin fondo.
Necesito un tren, una piedra, un balazo, un corazón,
cualquier cosa que detenga mi caída hacia la nada.
Porque estoy perdida en algún punto del Sahara
y aquí la noche es una peste negra que me hace temblar.

De día, ciudades de agua van cubriendo el horizonte.
Intento conquistarlas para salvarme, y me pierdo,
no sé hace cuanto tiempo, en algún punto del Sahara.

Desierto del Sahara, ¿?

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