05 junio 2006

Gloria de Luna Guerra


En Buenos Aires tuve un momento de gloria
que para mí fue una eternidad.
Una noche iba por Av. Corrientes
cantando entre dientes un bolero antiguo:
sin destino fijo, como el humo voy [Pedro Vega]
(porque siempre canto lo que siento
y esa noche me sentía una nube)
cuando tropecé con un hombre
que me dio en el alma con su olor animal.

Ahí nomás le dije: soy Luna Guerra y le invité un güisqui.
El tipo respondió que Dylan Thomas fue un gran poeta
que se escapó de la clínica para tomar 18 güisquis
pero que a él le gustaba la cerveza. [Edwin Madrid]
Yo, que no sé ni me importa quién es Dylan Thomas,
ni un segundo vacilé para entregarme al amor.

Subimos a su moto amarilla y salimos echando fuego.
Yo agarrada a su verga como náufrago a un maderón.
Dimos una vuelta al obelisco y entramos por Diagonal.
Hicimos Bolívar, Yrigoyen, Balcarce, Rivadavia y Bolívar.
Rodeamos Plaza de Mayo a 220, como un huracán: bruuuuuuuuuuuuuuuuummmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm
y desparecimos antes que la policía pudiese pestañar.

Bajamos por Brasil a toda máquina, hasta Defensa.
Trepamos a la vereda, cortamos Parque Lezama:
un parque de Buenos Aires, donde vaya si anduve... pastoreando, ramoneando... [Néstor Perlongher]
y levantamos por los aires la mierdobarrosa feria
que atrás quedó, como un inconcluso cuadro de Bosh.

La moto era la boca del infierno cuando tomamos Brown.
Yo apretaba mis piernas a las carnes de mi chongo,
me dejaba ir en los vahídos vertiginosos de la velocidad,
casi danzaba en el aire una cumbia rabiosa, cantaba
gritaba, gozaba, chorreaba lava, riadas de lava
en esa nave veloz: mi meteórico crucero del amor.

La felicidad sólo existe en una milésima fracción de segundo
y una fracción de segundo tardamos en llegar a Av. Mendoza
y de allí a Caminito, donde volamos por encima de las mesas
sobre turistas atónitos que exclamaron my god, mio dio, mein gott, mon dieu, mon dieu, la vie est là [Verlaine], y quisieron fotografiarme, sin éxito,
pues la felicidad viaja más rápido que la luz, y esa noche fui feliz.

Entramos con moto y todo al Samovar de Rasputín, en Iberlucea.
Una frenada perfecta junto al escenario me provocó otro orgasmo.
Entre gemidos y mordiscos dije “te amo”, y brotaron los aplausos.
Entonces sí, Luna Guerra agarró el micrófono y la noche estalló.
El pianista ciego dijo m, 2, 3... e inició un fascinante tarí-tará-tí-ta. Parecía la encarnación de Ray Charles en “You Are My Sunshine”.

Cuando me desnudé, bajó al escenario mi santa patrona adorada:
Janis Joplin, y canté con mi voz, con mi cuerpo, con mi sexo canté:
One of these mornings/ You're going to rise up singing Then you'll spread your wings/ And you'll take to the sky. [Heyward & Gershwin]
Me perdí por una eternidad en los laberintos de la música.
Mi cuerpo se hizo aire y mi mente estalló.
Después de sentir que la música entraba por mis pies,
rebotaba en mi cráneo, salía por mi boca y se extendía
como mano tierna o dulce humo entre las mesas:
mi voz tocando los cuerpos de un público incierto:
acariciar o golpear bruscamente: entrar por cada poro:
dentro del otro: ser otra música: en el mismo instante:
entonces supe que mi viaje sin fin llegaba al final.

Descendí, abracé y besé a mi supermotoquero.
Él se rió, me alzó, me lanzó al aire como una pelotita,
me atajó, me sentó en la nave y arrancó.
La maquinaria amarilla hizo brummm, brummm y despacito salió. A 20 fuimos recorriendo la ciudad:
La Boca, San Telmo, Montserrat, Congreso, Once, Abasto...

Toda enfeitada, enfiestada que estaba Buenos Aires.
Lucitas coloridas, chumbi-chumbi, baile y alcohol.
El cielo repleto de encendidos globos rojos, de esos que suben porque el humo es su alma y la candileja el corazón. [Fernando Vallejo]
Y así mismo yo, Luna Guerra, con el corazón en llamas
y el alma humeante, subiendo subiendo por amor.

La nave amarilla, flotando, atravesaba la ciudad.
Yo besaba suavecito, despacito a mi héroe final.
Le mentía, escurría al oído historias con desenlace feliz.
Barcelona, Sahara, México, Perú y un mundo tecnicolor,
todo esto cuya verdad escribo a sangre y fuego, querido lector: [Marcelo Silva]
escribo para que no me rompan dentro las cordas del corazón. [Wilson Bueno]

Buenos Aires, 2004

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